Efectos de la montaña


Bokaj’rent, 2015 


Permaneció imperturbable para tener una mejor visión del camino, y observó un sendero zigzagueante que se extendía alrededor de la montaña. Todos los espacios cambiaban en sus composiciones después de tantas horas de viaje; el color del mediterráneo y su amarillo inusual iba disipando en su acercamiento a las cimas que conforman la sierra. Instintivamente se decide a profundizar por cauces escarpados y sinuosos dominando cada resquicio que se encuentra. En la cima hay un monasterio que se ilumina en la noche, quería a la izquierda, pero se vuelve a la derecha, sigue; a pocos kilómetros hay un pueblo medieval llamado «Bokaj'rent» donde se discuten las consecuencias de la invasión musulmana, hay un bar y una iglesia. Ahora siempre en línea recta para matar el tiempo y

observa un letrero: «Calamares, gambas, sepias». Grupúsculos de comensales, la gran ley de respetar las reglas presumiendo de las grandes heroicidades que acabaron en degolladeros. 

 Inesperadamente recuerda América, un piso con dos habitaciones, una pequeña isla, asomarse por la ventana para ver pasar el tranvía. A medianoche despierta con un sobresalto y no sabe dónde despierta. Se interpela ante la majestuosidad de la montaña y la intriga de la historia le hace una advertencia. La variedad de implicaciones son un incordio. Se defiende con violentas acciones de sí mismo, por alguna acción natural y espontánea continúa analizando su destino. Observa la afectación en los pliegues de su piel por el paso del tiempo, pierde reflejos, siente el comportamiento de la musculatura sobre la masa ósea. Le duelen los golpes, las fracturas del pasado. Un sistema digestivo que degenerándose por la fermentación sustancial de un líquido va implicando en su perturbación otros órganos. Come setas y hongos del camino. Se le dilatan las pupilas, los ojos le brillan. Algo estático y particular anima con una figura incomprensible a la que habrá que buscar significado. Un roce en la cama trae suspicacia al transformarse en algo que da vueltas en su córnea. Ahora transfigura las partes del paisaje, es otro paisaje; la adrenalina y la química varían al extinguirse y regenerarse.

Una sombra dulce y siniestra tiene su vida pendiendo de un hilo, él se la regala haciéndose pasar por un niño al que ya no le asusta el verdugo, quiere detener la hemorragia de sus impulsos con una gran hemorragia. Entusiasmado pierde la noción del tiempo, de entre todas las miradas, circunstancias y sensaciones se hace una simple y única. Se abre un callejón que se prolonga por escaleras. El viaje continúa entre un desfile de personas… ya no lo pueden detener, las múltiples ventanas de su imaginación se han abierto, bajo la escarpada del miedo no hay otra cosa. 

Escucha voces, gritos, discursos, todos hablan a la vez. Los recordatorios son un desgaste. Quiere detenerlos, se aísla, se pierde en un lugar recóndito. Pasado y presente se disputan el protagonismo. El presente pisa fuerte y gana terreno, los relieves siguen modelándose. La música con sus cuerdas, vientos y percusiones laberínticas sintetiza una forma. Nada coincide con lo que se dice, tonos sentenciosos que desean seguir interviniendo en su realidad… Sube la escalera helicoidal provocando una revelación. Todas las ventanas han permanecido vivas, rodeadas por un círculo. El nombre del laberinto ha sido dado lo cual implica que todos a los que mira se encaminan por un trazado señalado en la piedra: un trance repentino que denomina hipnosis. 

La banda musical del pueblo deambula por las calles empedradas trasmitiendo un mensaje y vuelve a intuir una presencia que coge y despega las manos del bordillo de la cama. Al evaluar qué ha hecho, busca el origen de su arrogancia, cómo su vida la marcó el ritmo de la opinión pública. Intenta no pensar, sabe que cuando tienen ideas preconcebidas no puede volar. Buscan una respuesta en medio de una escenificación de moros y cristianos, personas que cantan mientras danzan ebrios, estructurando cada palabra. Horaxio quiere liberarse de una presencia a la que pone nombre, la llamara Cricia. Horaxio se siente observado y le da la bienvenida. Cricia es una sombra extraña que emite un ruido perturbador y sublime. Samia es una sombra que interfiere con Cricia. Samia y Cricia son amores del pasado que se opacan tras otra sombra de un árbol cuando se despeja el cielo y el sol aparece, pero él no parará, insistirá en seguir poniendo nombre a todo.


 La ruta mágica


Horaxio pasea por los caminos laberinticos de la montaña. Ese día no va a comer, ni va a tomarse las cañas en la terraza. Ha decidido caminar, con su pie malo, histórico por doble fractura, con su espalda golpeada por un volcamiento en un cruento accidente de tránsito que casi lo mata, y se conjugan las estrechas escalinatas de piedra, las casas perfectamente restauradas entre ruinas, un aire boscoso. Se hace un sinuoso camino que va escarpándose para dejar ver las cuevas a lo largo del camino. La soledad y el silencio imperan. La imagen se hace majestuosa cuando trae a colación anécdotas de un capricho propicio de sus reacciones sentimentales exageradas. 

Horaxio se acerca a una colonia de gatos al subir a la cima para salirse de su pensamiento: duermen en los balcones, en las escaleras, casi no se mueven. Tienen una diversidad de colores que hacen una mezcla profundamente ambigua. Posan ante los pocos rayos de sol de la mañana en busca de calor. Ha entrado el invierno. Sin embargo, aún pueden verse con una relajación inaudita. Aquello que miraban desde las ventanas de la casa ahora son recorridos por donde están pasando. El relieve escarpado se conjuga con grietas y sobresaltos entre la vegetación: un río ondulado y sinuoso. En medio hay una especie de pequeña isla donde habita un hombre en una vieja casa y en la casa hay un huerto.


Ocultas corrientes de agua han ido desgastando con los siglos la piedra, transformándola en un claro testimonio del paso del tiempo. Geólogos y curiosos miran con desparpajo las formaciones… Hora de volver a dar vueltas, las piernas le empiezan a pasar factura. Horaxio ha captado con su cámara muchas imágenes, pasará la noche buscando relaciones ocultas entre las formas de luz, luego se dedicará a explorar material de corpúsculos intracelulares. Con una imagen puede determinar una grave afección, un estado emocional. Las fotografías certifican su estadía. Se decanta por un piso que se puede ver desde la carretera, está en la mitad de la escarpada. Hay dos balcones con vistas a la Ruta Mágica, pasan excursionistas, gatos, guías, los fines de semana el pueblo suele llenarse de gente.


 La puerta 



Desde el balcón del salón se ve una puerta, la puerta está inscrita en la roca, la parte superior está cubierta por una enredadera. La similitud de los pocos le parece sorprendente. La puerta vuelve desde un más allá que se esfuerza en reconocer; se levanta, come y se sienta con una copa de vino para mirarla. Su descubrimiento le ha dejado perplejo. La puerta es el límite de todas las cosas. Inesperadamente piensa en la historia, se trenza de inquietudes y ansiedades; resuenan cánticos, himnos, siente el temor de la lucha. Exaltado ante su presunción se forma un instante neutro, con la proximidad de la neblina empieza a sentir frío. Tendrá que entrar y mirar a través del vidrio de las puertas del balcón la ambigüedad de otras puertas, se tira en el sofá y des-sueña.

Horas más tardes quiere salir. Sin embargo no está encerrado ni se halla en nuestra ninguna cárcel. ¿Cuándo empezó el cuerpo a vivir su propia aventura? Ahora nadie lo interrumpirá. ¿No era los que más deseaba? Había descubierto su primer gran enfrentamiento entre las setas, los hongos y la montaña.


 Nuevos días, navidad



Escucha música, apaga las luces y enciende velas. Siente el deber de apresurarse, de hacer algo, pero no sabe qué es. Con una inmediatez inaudita experimenta que va a morir más pronto de lo que cree, baja por las escaleras y recoge manzanas, higos, frutas del bosque. Desde un profundo lejano se escuchan gaitas, pequeños grupos de personas que hablan en lenguas romances referenciando fechas; la luz de Belén no era más que la alineación de Júpiter con Venus; las iluminaciones de las casas una costumbre recogida de los romanos el día de solsticio. Los padres les regalan juguetes a sus niños, se teatraliza la llegada de los Reyes. Escucha pasos por todas partes, se ha roto el silencio de las nuevas ideas. Deambula a la espera de que alguien lo llame, pero el tiempo se extiende. Las campanas de la iglesia empiezan a sonar sin parar anunciando algo que no reconoce. ¿Un matrimonio?, ¿una muerte? Escribe sin parar en la hoja para dejar testimonio. La imagen de la montaña persiste durante toda la travesía de la escritura. Se halla en la zona de ruptura, le causa intriga, se propone conocer el otro lado, trata de visualizar el mañana.

Vivirá el invierno en su lado más cruento, al finalizar ya se habrá ido, por lo menos eso deduce, podría ser la ocasión perfecta, pero tiene un temor recurrente, en la historia; lo han encontrado muerto en el suelo de su habitación. No puede imaginar cómo fue, solo sintió algo y cayó al piso. La poca luminosidad solar empañaba los colores al mezclarse con la niebla. No desea repetirse, pero lo hace, y lo hace mientras se juzga. No entendió que para vivir más tenía que plantearse otro tipo de ilusiones. El gris, el blanco, los azules y el verde recubren el fondo de su mundo. Por más que  intenta desifrarse; mira su boca en el espejo y salen palabras que no tienen significado, realiza una amenaza con los brazos y desaparece. La magnificencia de los colores empieza a perderse entre una gruesa capa de matices, la distancia se acorta, el horizonte ya no es tan lejano. Su salud muestra un paso al deterioro. Su irremediable pensar como una maquinaria aplastante no se detiene al tratar de cuestionarlo todo. En las postrimerías de sus pies, bajo la mesa siempre hay un vaso, degusta, piensa, escucha un chasquido, seguido de un breve eco que asocia a sus preocupaciones y escribe:


«Cena del domingo, solo.

En el extraño balcón puerta de los portugueses:

piedras, árboles frutales, tazas en las mesas. 

Pasan
una y otra vez comunicándose con infinidad de idiomas

- Las cuevas fueron construidas en el siglo XI -. 

Dicen, repiten que hay un camino.

Yo mirando labios, descifrando 

entre líneas cuando no escucho.

Las horas grises cada vez más oscuras,

la hora de no hacer. Todo está preparado

(me hago a un lado) para que pase lo que pase.

Cruzo desapercibido, intento hacerme invisible.»


Horaxio siente cómo sus palpitaciones aumentan a un ritmo inimaginable, se refugia en la habitación, bajo la oscuridad más absoluta escucha pasos, voces ascendiendo por las callejuelas. Lo ha meditado, irá al pequeño cauce donde nace el arroyo, es allí donde debe hacerlo, lo ha pensado por años y décadas ahora ya está seguro. La única pregunta que le queda es cómo. Ya entendió dónde nace el sueño, dónde se desarrolla el efecto de pasión y dónde se desvanece. No tiene la opción de rutinas que no vayan al lado de lo sublime, se abalanza por un agujero que se está abriendo entre las rocas. Ya no es una misión, ya no es un viaje. Un nuevo concepto se postra en su mente. Se para a mirar por un instante la sombra de un ciervo, busca el honor de la verdad, evita la tentación de ponerse especial. La realidad es susceptible, se duplicaría de volver a pensarla. Asume su misión perdiendo la temporalidad. Las horas, los días, los años no son más que un parpadeo, un respiro, la muerte se acerca y es dulce. Cruentas sacudidas de viento lo hacen voltear, va a sostenerse justo debajo del árbol de rara formación, entre el olor de la canela y el jazmín para darse otro instante antes de ejecutar la idea.


La niebla


Para volver hizo un corte en su brazo y comprobó que un blanco espeso y estático lo cubrió todo. Caminó sin divisar más allá de dos metros. Las carnes recobraban su licitud, después de avanzar por más de dos horas se perdió. Parado sobre la roca mojada, equilibrándose entre resbalones ingirió un sorbo, subió hacia otra órbita y apareció una fuente, olivos, almendros, higueras a los lados del camino; Otro ciervo acostado en la vertiente de un riachuelo, todo en la absoluta quietud. Cada vez que pensaba sentía que algo se hundía a sus pies: la violencia interna, el miedo a enfermar, a afrontar la desorientación del tiempo.

Varios espacios de su vida se fueron borrando de la memoria, solo quedaba el exceso con un fuerte dolor de cabeza y el estómago vacío… la luz de un albornoz iluminando su cara con un reflector. Empieza a correr, choca contra los árboles, cruza una frontera que es una línea que remarcó con su pie al abrir un surco sobre la tierra. No pudo evitar que una parte significativa de sí mismo se revitalizara, que oxigenase su aliento construyendo una idea de ayuda en el vacío. Pone todo su empeño en convencerse de una transitoriedad. El placer, el contacto lo hacían dudar y aprende que debe guardar silencio, mirar los cambios estacionales, escuchar los sonidos. No importa que esté rescatando de la memoria todo, que su pasado vuelva y desaparezca en intermitencias.

 Qué había en la próxima calleja, en el próximo camino, en la casa de la diagonal que no había visto. Por todas partes pululaba un mundo. Pensó cómo los hombres enaltecen la tierra, la roca, sus flores, sus nubes, los animales de los que extraen alimento convirtiéndolos en los mejores, a sudor o sangre. Y si todo eso pudiera, simultáneamente, ser un inconveniente o una virtud… Pero mientras lo pensaba no existía en Horaxio otra voluntad que la del extranjero, y el extranjero vive en la melancolía del paso y el recuerdo.

       Paulatinamente se aproximaba la ola de frío que anunciaban, y esa misma mañana, ante el rumor de todos, la temperatura se desplomó bajo cero. La nieve comienza, de la suavidad a lo intenso, el aire es fuerte. Ve desarrollarse visiones de belleza incomparable y animada de un movimiento. Durante horas enteras ve aumentar la proporción en la montaña, en la calle… los lugares están desolados. Decide salir, pisa con cuidado, se hunde, un lento suspiro precede otro impulso. Seducido cree poder olvidar sus propósitos, las conjugaciones de lo explorado para siempre, pero vuelve a ser empujado, se desplaza con vehemencia por plazas y recovecos del barrio medieval. Baja, pasa un puente para adentrarse en la carretera. Los pasos vehiculares están cerrados, los coches solo pueden verse parcialmente. Apela a su entusiasmo cuando el frío cala en sus huesos. En todo predomina el blanco y sigue creciendo, se desatan las alertas cuando un techo se desploma. Las manos, los pies, empiezan a dormírsele, se recuesta. Un escalofrío insostenible va entrando en todo su cuerpo, la tranquilidad que nunca tuvo, intenta moverse, pero ya no puede. Sonríe ante lo inevitable suponiendo qué pensarían todos aquellos que alguna vez lo conocieron de verlo allí, entregado en un sitio tan recóndito y lejano. Canta, aprieta la nieve con los dedos al limpiarse los ojos… Adormecido por el frío comienza a experimentar los estragos y mira hacia adelante, sabe que tuvo varias oportunidades para solucionar los mismos problemas. En el otro mundo de su mundo descubre cómo sus palpitaciones descienden, ya no hay pulso en las muñecas. El frío exultante es acompañado por fuertes ráfagas de viento. Emite un sollozo ahogado, profundo, gutural, inconscientemente lúgubre, hace un esfuerzo sobrehumano y se da cuenta, aún puede mover una pierna, pero prefiere no moverla. Comprendió que ciertos sonidos, ciertas imágenes no pueden ser olvidadas. Dormido casi, giró su mano para ver su pálida muñeca, mientras inclinaba la cabeza para que sus labios rozaran la fría piel que quedaba al descubierto entre los guantes y la estola.

El viento traía el aroma de la leña quemada, intentó erguirse y esbozó una sonrisa sutilmente triunfal al ver la nieve cubrirlo por completo, suspiró. Tuvo la oportunidad de levantarse, pero no lo hizo, reintentaría hacerlo… Él siempre bromeo con esas marchas dulces, sus burlas eran muy ingeniosas y los demás se reían abiertamente sin saber que en realidad estuvo todo el tiempo hablando en serio. Alguna vez estuvo habituado a contener sus emociones y esperar el momento. El debate de la inconciencia lo obligó a soñar que soñaba. Cuando la silueta cruzó la calle, involuntariamente la siguió. Cada paso presuroso lo alejaba de su cuerpo; al voltear, se quiso ayudar pero no sabía cómo, su rostro se demudó, la silueta giró para mirarlo. Ahora tenía que decidirse de inmediato. Interiorizó más allá de los límites poniéndose frente a frente ante su reflejo.

Esas casas escalonadas como si estuvieran una encima de otras, con alturas increíbles, otras colgadas sobre el barranco. Callejuelas intrincadas, estrechas y llenas de recovecos, adornadas por macetas y fuentes que se alinean sobre un trazado árabe todo dentro de un casco medieval parcialmente amurallado; esas zonas de altas formaciones de piedra, oscuras, mirando hacia la sierra, pinares y aromas de romero, camomila, enebro, salvia. Extasiado, quiere reconectarse sin despedirse, pero vuelve al inicio. La idea inicial no fue planeada, pero dio sus frutos. Todo se va guardando en su espíritu como un tesoro único y privado. Se levanta nerviosamente sacando fuerzas de donde no las tiene. Quizás vuelva, quizás no. Hecha los últimos vistazos haciendo un recuento innumerable de su estadía y emerge, decide caminar. Horaxio no podrá apropiarse nunca de la magia, nunca abrirá la puerta, no hay forma de saber la solución de algo que ni siquiera tiene nombre. Cada minuto la montaña acentúa su pigmentación creando destellos enceguecedores, los desvaríos del resplandor afianzan lo inhóspito prometiendo un cruento y definitivo arrebato. Casi acabado, al borde de su retrospección es consciente por primera vez de la dimensión del tiempo.



© Juan Carlos Vasquez
Foto: Juan Carlos Vásquez
Bocairent, 2015.




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