El insomnio y Mariam

Tarpon Spring, 2002

Esta vez el viaje había perdido todas sus facultades y yo me había contagiado. No podía dormir, solo veía su silueta con curioso afán cuando se desnudaba, así pasaba el día y la noche. Todo se volvió salvaje.
Cuatro días sin pararnos de la cama, sin comer. Solo dormir, beber y hacer el amor. Mariam me había inducido al delirio más absoluto hasta que la proporción de sus ideas no evaluaron los límites de la razón… Aquel regulador que había aspirado después de suspenderse en la sangre y cumplir con su misión regresaba para pedir más.
Quiso jugar, inventar un reto y llevarme a el pero cuando me comunicó de que se trataba me negué de inmediato.


Después de mucho pensar me informó sorpresivamente que lo dicho era un compromiso; el compromiso era la verja que delimitaba el espacio del hotel. Saltarla, equivaldría a pensar que nuestro futuro era posible. Mientras se impulsaba no paraba de reírse. Me miraba fijamente a la cara para ver que pensaba.
No hable, no reprobé su intento, entonces corrió fuera, desordenadamente y un mal cálculo hizo que su pie se enredará en el alambrado y cayo de cabeza. El golpe le internó un crujido, un sangramiento leve que asomo por su oreja. Unos terribles dolores de cabeza la azotaron. Cuando supo que su acción no tuvo ninguna gracia quiso retractarse pero no sabia como.
Llegamos y vanaglorió su cama, su ducha, el lago, los animales, hacerlo en el sofá.
En casa nos alentamos bailando, re armando un puzzle, pero esta vez ya no fue ella, fui yo el que cayó en profunda deliberación.

La inmovilidad pasó a mi predilección y aunque movía el dedo del pie izquierdo fui dejándolo de mover, sintiendo todo lejano y vacío. Me retrotraía como si estuviera en el inicio de un profundo trance. Me di cuenta del desastre que reinaba en mis sentidos porque no podía fijar tampoco mi objetivo. Me resistí, si Mariam lo había logrado yo también lo lograría, ya habría tiempo para pensar en ello y ponernos de acuerdo, establecer entre ambos un plan bien hecho.

Verme así, la exasperó, y la desesperación de no tener una respuesta acorde la hizo salir al jardín.
Allí estaba el jardín entre objetos ideales, sillas, columpios, mesitas de cenicero y una cerca de alfajor llena de enredaderas y rosas.  Vi su deseo de regar y así paso más de la mitad de la mañana moviéndose y pensando en voz alta.
Era domingo, silencio y deliberación, la detuve quedándome mudo al no saber por donde empezar. Me sorprendió al mostrarme lo que sería mi regalo abriendo la mano y me pidió esparcirlo sobre su espalda.
Decidí y lo tenia claro, continuar con aquel insufrible afán protector. Crearíamos nuestra realidad cuándo y como lo deseáramos. Intente dormir pero allí estaba ella ofreciendo otra vez lo que llamaba lucidez. Se hizo una habla infinita. Había encontrado el mensaje exacto para expresar y hacer ver lo que nosotros queríamos ver. No hablábamos para un gran deseo personal, hablábamos para un gran deseo que compartir. Las fantasías nos hacían consecuentes a nuestras propias necesidades. Comenzamos a establecer una comunión más profunda de la que no podíamos alejarnos.
 Todo estaba oscuro, profundamente oscuro. Opacábamos la luz con las cortinas esperando la noche mientras las líneas eran divididas, cuidadosamente afinadas para inhalar. Esnifándo se dispararon sus ojos perdimos dos dias moviendo las piernas como una señal de alerta moviendo la mandíbula silenciosamente pisando.
No hay plazos, no hay consecuencias. Hay una cama, hay amor y sexo entre un dialogo abierto.
Con rabia desestimamos todo, predecimos el futuro, la estupidez. Nos complacemos en el tratamiento desaprensivo porque somos más importantes. Mariam aparece y desaparece para reconocerse en nuestra realidad. Otras imágenes a través de otras ventanas, un lugar y otro en el mismo sitio.

Estábamos rodeados de ropa unicolor, de inciensos. Los columpios del patio chirrían con la brisa de la lluvia, y el ático y su escalera que tanto comenta. A Mariam le gustaba subir, desayunar creeps con sabia y fresas, permanecer un domingo postrada ante el mar en Siesta Beach. Un sinnúmero de leves alegrías, sin ir más lejos, un sinnúmero de preguntas contestadas por el silencio.
Deje ir la mirada sobre otra línea que rompía el cielo, con esa ansia de permanencia me dejaría sentir hasta el infinito, hasta lo innombrable. Equilibrándome entre la alucinación que me producía vi de nuevo su nariz haciendo travesuras, todos los ángulos me conducían a lo mismo una y otra vez.
Los estragos por la falta de sueño hicieron aparición con mucha más fuerza, sin embargo aún estaba al tanto del proceso agotador en que estaba inmerso mi cuerpo.
El blanco, su agilidad violenta regresándome a la vida, y la vida se aceleró como nunca antes. Tantos días sin dormir, con un nudo en la garganta, a toda velocidad por la calle, por la casa, por nuestros cuerpos. Sonríe como si no intuyera que va a morderme cuando empiezo a sentir su elevación, su no dejar de estar hablando, una inquietud que se vuelve un martirio innecesario roza el peligro con el sobresalto de nuestras pulsaciones, no queremos salir de la habitación ante el desmejoramiento.

—¡Más, Mariam! —le grito, para que traiga hasta la cama. Vanagloriando su forma de caminar me inclino.

Recuerdo todo antes del paraíso. «Esta calle no, la siguiente, a la izquierda... Ahora izquierda. Ahora, otra vez a la izquierda», y ahí está, era el mismo sitio de partida, era el mismo sitio donde estaba aquel tipo anulado para darnos el refuerzo, siempre venia y se postraba frente a la casa aunque vacilase en la entrega. Que felices, salir, dar la vuelta, pagar, obtener la recompensa y encerrarse hasta que el proceso del delirio terminara en la paranoia más atroz.
Detrás del resplandor de los ojos de Mariam se daba una especie de perturbación eléctrica - diminutas formaciones que se ramificaban como estructuras geométricas - aunque guardaba silencio lo sabía, estaba sufriendo otra terrible alteración que simulaba controlar. Nos comentamos sobre la rareza a la que el cansancio arrastra. Los objetos podían variar de textura, de color o distancia en un espacio tan cerrado.
Los sonidos del exterior entraban en la casa sobredimensionandose (...) No podía frenar aquello, la sensación de la trampa infranqueable aumentaba aquellas percepciones erróneas auditivas. No quería salir, deseaba vigilar, pero mis fuerzas escaseaban. Entonces Mariam se acercó a la ventana a toda prisa, desapareció de mi vista y desistí. Mi cabeza toco la almohada; mis párpados se cerraron, era incapaz ya de intentar contar los días, de saber a ciencia cierta si ella continuaba allí… en una nada llena de esporádicas ficciones, un golpe, una silueta, una remarcion con tiza. Había ido. Mirando en el bordillo el fondo me sujeraron del cuello y me lanzaron contra el piso. Alguien entro cuando no lo vi. Traía sugerencias y malas noticias...

© juan Carlos Vasquez

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