La fábrica (un gesto de bondad)

    
Mientras la máquina de picar carne troceaba, el jefe terminó su discurso de fin de año:
    
«Queridos trabajadores, la empresa ha superado con creces sus ganancias. Gracias a su labor y esmero al redoblar turnos los resultados han sobrepasado los objetivos. Sin uds. no se hubiese podido triplicar la producción. El procedimiento fue simple y ha dado muchos resultados beneficiosos. 
Como una gratificación, he decidido ponerme bajo el consenso del presidente, del sindicato y sus integrantes para lo que necesiten».
    
Inmediatamente empezaron a surgir ideas. L42 propuso erigir un monumento en su nombre, pero del grupo de sesenta y nueve solo ocho levantaron la mano. Aquel hombre nuevo y desconocido jamás crearía un consenso. Así lo afirmó Z12, un empleado con más de veinte años de servicio que apostó por la condecoración al más alto nivel que emitía el congreso sindical del estado.
El debate y los minutos pasaron, el tiempo de descanso pronto acabaría y no habían llegado a un acuerdo. Y a ellos, si algo los caracterizaba era la puntualidad y el profesionalismo en su labor.
L42 y Z12 prometieron votar a la tercera propuesta que provino del más viejo de los trabajadores: Alex Miyo. Alex vivía muy cerca de la fábrica, pero aunque toda su vida había solicitado número no se lo habían dado.
    
—¡La máquina picadora! —gritó señalándola.
    
Todos exaltados voltearon, la carne brotaba sin parar, un cerdo inexplicablemente vivo emitió un chillido desgarrador hasta que alguien lo detuvo intempestivamente para escuchar el resto de sus palabras. 
    
—¡La máquina! —insistió Alex Miyo—. Metámoslo en la máquina.
    
Se miraron, algunos con la cabeza hicieron una negación, otros afirmaban con euforia intentando convencer al resto. L42, Z12 y la mayoría del grupo al constatar la hora, en un consenso rápido e inaudito aprobaron la propuesta. Alex fue hasta el jefe y lo sujetó mientras que los trabajadores organizaban el proceso sacando a los cerdos de la plataforma corrediza. El jefe, aunque sentía pavor, respetó la decisión de sus trabajadores y no opuso resistencia. Finalmente entendió que algunas veces los sacrificios se alternan. Los trabajadores se organizaron en círculo alrededor de la máquina, lo ataron de pies y manos, y lo subieron. 
L42 apretó el botón y el ruido ensordecedor se reinició. El jefe comenzó a desplazarse hasta las cuchillas industriales, los trabajadores sobresaltados encendieron las cámaras de sus teléfonos móviles y comenzaron a filmar. Mientras se aproximaba se despedía agradeciéndole a sus trabajadores todo el esfuerzo realizado a través de los años. Muchos se quedaron estáticos intentando entender, otros explotaron en llanto, nunca pensaron que después de ser explotados hasta lo indecible (…) asumiera sin objeciones aquel traslado, daba una lección de humildad, de pundonor y valentía. Y así, después de un cruento alarido que perturbó el habla de muchos, desapareció.


Fotografía de Erik Mclean (en Unsplash). Public domain.

© Juan Carlos Vásquez

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