Siempre hay que estar ebrio. Todo se resume a eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos quiebra las espaldas y nos hace doblar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si, a veces, sobre los escalones de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, con la ebriedad ya atenuada o desaparecida, ustedes se despiertan y le preguntan al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al