Subió a la tarima entre aplausos, se acercó al micrófono y alterado declamo sus poemas:
¡Amo!... amo con profundidad y dicha. Me enredo en tus pestañas.En medio de toda esa ruidosa epopeya flamean esas páginas benditas dónde se escribirá nuestra historia.
En la pausa, ella se estremece, siente como un escalofrío de infinito, creé vibrar sobre esos labios, los quiere, los desea, sin embargo se calma para continuar escuchando.
Como un soplo de ideal tormentoso.La vista me traslada a esa marea oscilante que son tus ojos ¡Mírame!
veras pender por encima de tu corazón el rastro enorme,la acción de un rayo de luz sobre la fibra de tus sueños…
No se detiene, persiste en tocar su alma al emular un gesto de seducción que la multitud capta enardecida.
El Ateneo puede ser normalmente un lugar glacial. Cuando él está con sus versos; la alteración, se agita la vida, por eso regresa, por eso todos quieren que regrese. Para ella era otra tarde en que su idea ya no es sólo una idea, es una realidad, está a su frente una vez más, él no obstante le pide permiso al terminar y apresura el pasó ante la desesperación de sus preguntas mientras le repite que no puede, que no es el momento.
II
Un día en el que ascendía con sus líneas desde casa al otro plano, ella pensó: «Si la vida solo funciona con la lógica, me estrellare contra una piedra. Y si me empeño en imponer lo que me viene en gana, me declararán rara, diferente. Lo tomé como lo tome, será complicado. Cuanto más lo quiera más se vuelve en contra, más aumenta la posibilidad de perder. Y se dio cuenta que a partir de ese extraño argumento que la agobia germina el poema. Y se dio cuenta que el poema no surge del poeta, el poeta es un vínculo pobre y viciado que pasa de la exaltación a la nada.
III
Esta vez comprobó que fuera del trance o la mecánica, la cotidianidad de un nexo normalmente se disipa en su interlocutor.
Ahora a esperar que, tarde o temprano, alguien volviera a dar señales de vida en otro autor.
Ya ningún sentimiento, ningún objeto se asemejaba en nada a lo que recordaba de sus visitas. Aquel hombre que alguna vez escribió lo que escribió ya no sentía…
Mientras la multitud embelesada hacía comentarios, él cambia de opinión y acepta lo que siempre acepta, y la conduce a otra habitación, aunque no fuese el mismo, se parecía mucho, poco o nada. Daba igual.
Fotografía de Issara Willenskomer (en Unsplash). Public domain.
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