Se establece el comienzo de un dictado del que nunca hablaba en casa, la estructura infinita de un más allá. La muerte está allí, con sus silencios, con sus doctrinas condenatorias esperando que haga todo con sus manos para desarmarlo. Promete un sitio de orden y de generosa hospitalidad que no conoce. Está impaciente, ansioso al no saber cómo ni cuándo comienza el traslado. Reconoce que él no ha escrito las reglas, es un examen triste y cruel, imposible de aprobar… No puede acatar al no entender los designios. Por eso aumenta en su experimentación, sintiendo lo apacible y lo insano con una naturalidad asombrosa.
Cuando empezó el viaje no se enfrentaba al mundo, se enfrentaba a sí mismo. Quería evitar la insinuación a través de la noche. No se atrevía a mirar, de aceptar su revelación descubriría la calma, le haría un efecto rápido y se quedaría dormido para siempre. Abatido por el sueño se mantuvo en pie. Otra vez en todos los lugares. Otra vez una asamblea de caballeros e historietas de mortandad y reconciliación haciéndole saber que adeuda compromiso con un orden.
Intenta a toda costa evadirla, retrasarla con distracciones por medio de un permanente anhelo. Le ayuda un océano infinito, las formas y los colores. Esa hambre inacabable de siluetas y voces en un pasillo que se multiplica del horizonte al vértice. Es la hora de no pensar, de limitar las consecuencias de esa pausa repentina. La muerte seguirá allí observando desde la distancia, no apresura el paso sin invitaciones, pero la está invitando sin saberlo, y ahora está atenta a su momento para hacer aparición mostrando contundencia, velocidad al impacto, crueldad en la agonía.
Su hermosa naturaleza, lealtad y consecuente amor por él fluyen abriéndole los brazos para absorberle cuando finalmente la exploración dé por cerrado el ciclo. Es tan común y tan impactante, borra de un trazo la felicidad que lo hacía posible. Deambula inexpresiva, intratable, no escucha razonamientos ni súplicas, se siente impostergable en toda habitación de retiro y aislamiento, en todo espacio único, hermético, traspasará sin permiso. La muerte con sus ojos profundos, sentada en la madrugada eterna, implacable y abducida por lamentaciones guarda los secretos de una luz, única y resplandeciente que se proyecta a través de la espiral. El tiempo ha sido calculado. Lo va a matar irremediablemente cuando suspire al horizonte blanco, de forma violenta y ruin, poco a poco para que agonice dejando apuestas entre las cosas que no tienen sentido… Se le doblarán las rodillas, caerá con una sudoración excesiva que no podrá controlar ante la inminente pérdida del conocimiento.
Se le torcerán los ojos, se le pondrán de marrón a verde, de verde a marrón. Cambiará de tonalidad con una rapidez que no entenderá. «¡La alegría y la singularidad al piso! Que explote en pedazos de una vez por todas», piensa.
Al Incumplir los métodos para conservar la salud, la imprudencia será intencionada. Finalmente se aproxima el momento. Todo se va a deslizar en perfecta forma fantasmal. Mientras hablan las objeciones a destiempo. Quedará solo en un recordatorio interminable, en una sensación que no se calcula, en una rareza que jamás pensó.
Texto perteneciente al libro Invulnerables.
Fotografía de Tengyart (en Unsplash). Public domain.
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