Barcelona, 2018
Todos los caminos no conducen a Roma, conducen a la Plaza de Sant Oleguer, por lo menos para los que se pierden en Barcelona cuando intentan huir de algo. Tanto tiempo queriendo abandonarme a la suerte, así que, inspiré, lento y profundamente hasta llenar los pulmones con el frío blanquecino del aire nocturno. Con una profunda inhalación obligué a mis sentidos a rebelarse. No tardé mucho en cruzar grandes distancias. Otro ritmo: fotográfico, lírico, imperfecto. Un vórtice espacio-temporal.
Me apetecía suspender el tiempo, quedarme sereno y contemplativo, pero muchas cosas me suscitaron curiosidad al emitir señales. Ensimismado en el
panorama no me importó que todo avanzara hasta lo incomprensible.Al agotar los días de hotel me desconecté de las amarras. Por todas partes me paseé, deambulando vestido de negro, grave, exaltado, tranquilo, absorto, tenía la cara alargada y roja por el desgaste que expresaba la intemperie. Mi capacidad de inventiva y todo mi esfuerzo radicaba, esta vez, en venerar la dimensión de las calles, sus inarmonías, sus cortes, sus traslados intempestivos al sitio que no se sabe dónde ni por qué. La sustancia que me impulsa o más bien el sustento o base de la continuidad conexiona con mi envase desde la mochila. Aquel día estaba exhausto, necesitaba sentarme para confesar aquel trastorno, anacrónico y enredado después de dar tantas vueltas me interné en el Raval cuando la contención se rompió.
El Raval es un fragmento desplegable, un corte incisivo, los días transcurren sin notarse entre un descontrol irreconciliable. Tan cerca de la superficialidad más absoluta y tan anárquico se hace. Desde mi resaca involuntaria noto los ojos enrojecidos de tantos seres que esperan entrar desde la fila a la plaza. Algunos son reincidentes, otros apenas están llegando. La velocidad de las aceras no es contrarrestada por los Mossos d’Escuadra, y cuando, por una casualidad inaudita, le veo, me sorprendo, es Roí. Una imagen surgida de la nada cobra forma, exudaba al borde, pero mantiene la calma.
Después de tantos años organizando vernos aquí o allá, en algún país de Europa, o en alguna ciudad de los Estados Unidos estábamos allí, sin más ni más. Hablamos como si de otro encuentro cotidiano se tratase.
Por un instante traté en vano de explicar ese efecto por el que la coincidencia existe, pero los tiempos remotos se volcaron estableciendo nuestra ironía una vez más. Las casualidades no existen.
La plaza se abre, muestra sus costuras con cada silla cuando Roí, hace la presentación ante todos. Busco el centro, me adentro en un terreno particular y las agujas del tiempo desaparecen para que me apropie del efecto que prefiera.
Silla número siete: el metal generoso fluye de unas manos experimentadas en cegar vidas. El honor es fundamental, el cínico debe extinguirse con cinismos, los agujeros serán generados con una ira desproporcionada.
Silla número tres: la quietud y la calma provienen de un comprimido, la reflexión profunda observa desde su espacio hasta que la sangre repita las vueltas necesarias para ser depurada.
Silla número cinco: parece que duerme, espera que el tiempo pase sin conflicto. En público y no le importa el público. El impacto es más fuerte, le imposibilita el movimiento, abrir los ojos, avisar de su suerte si el calor corporal aumenta.
Silla número ocho: han llegado de invadir los placeres en la madrugada para obtener dinero y un baño de alcohol generoso fluye entre todos con un desparpajo inaudito subvirtiendo la calma aparente de los que cuidadosamente se habían restablecido en sus puntos.
Silla número seis: inmutable, sobrio, un anciano señala con disgusto a un músico callejero, a una prostituta, a uno de los tantos extranjeros con objeciones racistas. Reparte ofensas ante la desatención de todos que, acostumbrados a su genio, pasan.
Silla número dos: alguien intenta trabajar en una idea, sorbe y absorbe definiendo algunas miradas. Busca en las sillas el camino que se extiende a través del laberinto para encontrar la última puerta, vuelve a rotar su atención hacia un ángulo adverso. Una chica observa a cámara lenta, sueña urgentemente un mundo para disolverse. El presente le ha confesado inexistencia. Junto a su magia silente, azul, sube a otro universo para hacer cálculos algorítmicos, para buscar profundidades al otro lado del tiempo extendiendo un punto sobre una geografía ilimitada que nadie conoce.
Es ella quien cambia la exaltación colectiva, el placer de hundirse. Es la noche del satélite en fragmentos, es su noche, estipula que para ver la nubosidad debe ser nula. Espera con suma atención el anuncio. Está llena de ilusión y espectáculo bajo el cielo.
Hay ángulos, cuadrados, cortes abruptos y continuos entre la perpendicularidad de las sillas. En todo se difiere un mundo que se quiebra y se conecta.
La plaza contempla un conflicto, aparecer, desaparecer, soñar con otro encuentro porque la regla es la coincidencia, pero la calle es un laberinto. De repente emerjo de la sugestión cuando una voz rompe. Roí entornaba los ojos, ya era noche cerrada y hacía un buen rato que todos se habían quedado en profundo mutismo, sin voz, sin aliento.
Con total naturalidad hablamos sobre los últimos hechos insistiendo en caminar porque la hora se cumple. El timbre de su flauta debe dominar la noche de la Rambla como lo hizo en Laussane, en Roma. Al salir del umbral crecemos en número porque las horas sustituyen. El grupo lo conforman: húngaras y húngaros, rusos, franceses, polacas y polacos, italianos, angoleños, catalanes. A muchos los reconocía por su estancia en la plaza, otros sorpresivamente aparecen. Se establece un círculo, una danza, una locura incontrolable a las puertas del Teatre del Liceu.
El vino se desata en forma de auxilio, muchos cuerpos se mueven entre carcajadas, tropezándose, es una hipnosis, un estado de alerta. Hablamos, sonreímos, gritamos. La madrugada se interna, el frío. Una polaca me pide el abrigo para cubrirse las piernas, luego se niega a entregármelo cuando la temperatura azota, y gruñe, pero al levantarse cambia la actitud y se despide dándome dos besos muy cerca de la comisura de la boca. Un ruso interna en sus mantas a otra mujer despavorida que llora. Busco acomodo mientras converso con una prostituta que me pide un cigarro. Desestructuro la rapidez de los acontecimientos para fijar un concepto y erradicar la diversión que se transforma en riesgo pero la velocidad de los hechos no lo permiten.
Vi a Roí echado contra un muro preparando un porro, se desentendía de todo, solía hacer pequeñas pausas para fumar y beber. A Roí lo había matado en un relato, cuando escribía no pensaba que el viaje y la calle pudieran durar tanto, diecinueve años después sigue reclamándome, aunque sonrío al explicarle el contexto del hecho parece no hacerle gracia, abruptamente siento curiosidad por su presencia en Barcelona. Me informa que huyó de Francia cuando confirmó que todo con Kathrina estaba roto. Yo le expliqué que el whisky lo compré en Alicante. Que el viaje hasta Barcelona estaba medio lleno y fue apacible.
Mi tiempo de recorrido pasó con una increíble celeridad observando la actitud descontrolada de una australiana que parecía estar colocada. Después de algunos meses había vuelto al destino original y aunque sin plan estaba convencido. Le comenté también, despojarme de esa irritante reserva, de ese tenso encerrarse, segundo cielo, segundo ciclo, ese impulso precedente había sido un desafío.
Recordaba vagamente el hotel, la misión de entregar un trabajo y restablecer puntos de referencia antes de empezar a caminar; los pies rotos, llenos de sangre, la fricción de los dedos aumentaba el dolor en cada paso, una fractura estaba resintiéndose. Me confirmé a mí mismo haber hecho trizas la lógica social con la que asistí a la ciudad para quedar al descubierto.
Vimos a los transeúntes en su diversidad, a la deriva. Roí tocó todo cuanto quiso hasta que apartó sus manos de la flauta y atisbó cautelosamente lo ganado. Contemplé los interiores del teatro cuando encendieron las luces. Muchos ya habían desaparecido, el frío y la lluvia habían estallado al amanecer. Nuestro primer objetivo de las mañanas consistía en establecer el pulso asistiendo a la tienda. Mi insensatez quería ir a más. Roí permanecía sensatamente callado, sus alas proverbiales conocían aquellos mecanismos.
Cuando el momento lo permitió me contó cómo había ido con Sania, me habló del extraño ataque sufrido por Leo, y de los Reyes. Nuestro pasado se remontaba a las décadas del vecindario, a unos continuos y cada vez más lejanos exilios, un irse inagotable que nunca cesó. La música, la literatura había sido un punto de inflexión entre ambos. Cuando escribí aquel relato me planteé tantos escenarios que hoy están cubiertos. Lo que fue una idea, hoy es una realidad que se fue diversificando… Habían pasado tantos años, habían muerto tantos familiares y amigos. Nos negamos a analizar demasiado a fondo esos pensamientos. Arturo Bianco, como solía llamar a Roí en El perfil de la tentación no se suicidó.
El tiempo no pasa para los caminantes de oficio, hay una suspensión momentánea que se rompe, no importa las circunstancias, la edad. La ilusión renueva, las fuerzas y la impresión abaten al miedo, siempre se vuelve a la inercia que flota desde el primer gran desplazamiento.
La inquietud no ha mermado. Roí, seguirá viajando, bajo la virtud del artesano que origina proporciones. Él, quien roturó el cuero, reformador de piedras, menhires, cantos rodados, losas y plantas. Reformador del sonido en el aire. Un atesoramiento constante precedido por ese ir y venir, la puerta de la fe mística cuyo tránsito es la matriz de donde todo ha salido.
Tras la tercera semana aquello ya se había convertido en un ritual. Veinte, treinta personas que pasaban de la exaltación a la armonía. Hablo, tatareo. Cuando se emiten palabras (así se concibe: alguien puede perder la cabeza). El hombre que grita (los otros que ignoran) luego las compras para incrementar la elevación y retomar los nexos atemporales.
La última fecha deliberé sobre la vuelta y comenzó una saga de cambios mentales, ese placer de hundirse en la deriva más absoluta superaba todos los niveles de mi adrenalina. El Raval en sí, como una dirección para los extraviados había abierto sus puertas para mí.
A través del tren hice una apología de los paraísos perdidos. Me brotó de inmediato en el cuerpo aquélla sed de distancia. Había vuelto el instinto con una sacudida violenta.
Cuando te despiertes de la fantasía cruzarás, las horas huidizas que dan a la realidad se abren. La Nou Rambla ha recogido a todos sus hijos perdidos juntándolos en la plaza. Desde el puerto, a través de la Av. Drassanes, desde la Rambla del Raval, desde la Av. del Para-lel y sus adyacencias. Ángulos perfectos y direccionales para ocupar Sant Oleguer como un paisaje dentro del paisaje.
Han quitado la puerta precintada para que se unan, les han permitido exponer en público. La arrogancia será silenciada con indiferencia. Inmovilízate ante la adorable criatura que habita en tu mente, saldrá indefectiblemente con una asignación. Hay un lugar reservado que te dejará frente a frente ante el abismo, mientras tomas lo que te apetece deberás encontrar un sentido de forma único y absoluto.
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