'Juguetes rotos', un texto perteneciente a 'Ward's Island'

Alexandre es brasileño, mediría un metro noventa, en aquel entonces tendría unos cuarenta y cinco años; de barba poblada y ojos azules. Siempre repetía que a los seis años recibió un obsequio que lo dejó fascinado; se trataba de un precioso telescopio. El padre, con una actividad inadecuada al momento y poniendo límites a su fantasía, le dijo que tendría que crecer y comprobar lo que miraba. Inmediatamente pensó en ser astronauta, luego astrónomo. Cursó algunos años la carrera en la universidad, pero se enamoró de una estadounidense que se lo llevó desde São Paulo a la Gran Manzana. Por eso, cada vez que hablaba ella aparecía una y otra vez «en sus historias».
Alexandre vivió en Astoria, en Bowery, hasta terminar (después de que aquella mujer lo dejó por otro) en Harlem, enganchado al alcohol y al Crack.
Con Alexandre todo tenía una relación astral. Todo estaba fundamentado en lo que regía el cosmos. Interacciones energéticas que nos otorgaban nuestras propias características «un campo energético y simétrico». Muchas veces lo dejábamos solo, pero él continuaba hablando sobre la batalla entre partículas y antipartículas. Preguntándose y haciendo teorías sobre los primeros átomos que compusieron al mundo.

Rima había nacido en Nueva York, de padres puertorriqueños. Había estudiado Antropología en la universidad de Yeshiva. Era la más callada y tímida de todos. «Debía estar loca, yo creo, en aquella época para tolerar ese discurso inagotable de Alexandre». Por alguna razón siempre tenía miedo y él quizá la protegía. 
Ese sentimiento de permanente amenaza me lo trasladaba hasta en los momentos de mayor seguridad.

Keith tenía veinte años en Manhattan, pero había nacido en Massachusetts. De ascendencia irlandesa, trabajó en una empresa de telecomunicaciones para la Armada, al divorciarse se fue a Las Vegas a jugar y ganó bastante dinero, luego se puso a recorrer los Estados Unidos de punta a punta hasta que el vodka le arruinó la vida en Nueva York .

Carel era un delincuente californiano que había pagado muchas condenas por hurto, venta de drogas y desórdenes públicos. Siempre estuvo atraído por las figuras «heroicas» del hampa. A Carel le parecía que delinquir era una protesta contra la falsedad del orden establecido. Por ello se dedicó a representar verazmente a los ladrones. Por eso lo mataron cuando desafió al que le hizo el favor de prestarle un encendedor que nunca devolvió.

Said había estudiado derecho, pero la muerte de su padre y la posterior enfermedad de la madre lo llevó al desorden para olvidar. Según la versión del propio Said, la muerte de su padre le sobrevino por las secuelas de una hemorragia cerebral.
Said con el tiempo desarrolló una rebeldía incontrolable, quizá para atenuar esa sensación de derrumbe que habitaba en todos, y que cada uno combatía o expresaba de diferentes formas. 
El terror y la destructividad. Todo exabrupto podía significar un precario refugio que nos servía para evitarnos a nosotros mismos.

Cualquiera podría decir que el mundo de la calle carece de talento, pero no puede ni imaginarse lo que se podría encontrar mezclando en la virulenta bajeza del submundo. Una especie de combinación tan extraña como fascinante; asesinos, astrónomos, ladrones, antropólogos, escritores, adictos, prostitutas, pintores. 
Una amalgama de modelos que van flotando o hundiéndose en la nada 

Había días en que bajaba al Subway. En la estación del metro escuchaba tocar a Rafael con su guitarra clásica: Nocturnal. Benjamín Britten. Elogio de la Danza L. Brower. En la estación del metro me enteraba en tantas ocasiones que Germán Reinoso iba de Nueva York a México y de México a Nueva York cruzando a pie la frontera con una naturalidad pasmante.
… Y todos con algo en común, después de irnos regresar a nuestra isla.

Y la biblioteca, siempre la biblioteca, fue por un tiempo un escape, leía, investigaba, me ponía a escribir y pensar. Allí conocí a Eliezer Ortiz, que me introdujo en una Asociación cultural llamada «Spanic Attack»; también conocí a Lil Coubert. Lil era una chica belga que pertenecía a otro movimiento cultural llamado «Local Project», le gustaba la pintura y la fotografía. Andaba de mochilera; había recorrido la Florida, Nueva Orleans, San Francisco, para terminar en Nueva York.

Eliezer Ortiz poco después se marchó a los Ángeles e hizo lo que más le gustaba; trabajar en teatro y cine. Lil se fue a Mallorca, un lugar pintoresco y digno de sus sueños de fotografía y pintura. 

Al artístico o mundo criminal también se llega desde fuera; en todo caso eramos ex niños defraudados por un mundo al revés. No existían posibilidades al cambio, ya sea individual o colectivo, y representado por la omnipresente felicidad de un algo, que seguía siendo utópico.


© Juan Carlos Vásquez

Fotografía de  Jeffrey Blum  (en Unsplash). Public domain.




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