La femme fatal

No podía dormir, sentía mareos, sensación nauseosa, obnubilación, la contención le genera un deliberar copioso hasta que los minutos lo digan. 
Quiere otras respuestas para las mismas preguntas. Su cabeza da vueltas, necesita de todos sus sentidos, que mire más allá de su cuerpo para que sepa que hay un par de personas: una tierna, otra sádica. Las dos conviven desplazándose con una intermitencia que no controla. 
Poco a poco me acerqué a su plano visual describiendo los saltos interminables de mi vida. Al verla con más detalle, intuí que también estaba dispuesta a excederse. Quería despejarse, pero pensaba más de lo que deseaba pensar... Y Leo sus líneas, sigo el ritmo de sus alteraciones, pongo el estado de vigilia al servicio de sus ojos. Ella accede otra vez a entrar en mi mundo alternativo, mientras me analiza, me pregunta: ¿Te gusto? 
Optamos por una síntesis armónica en el intercambio de impresiones… profundiza donde personalmente no me atrevería. Y deja un escrito, un texto que tiene como encabezado: soy una mujer traicionada que ha traicionado, lee y no comentes.
 
«Empiezo a sentirme a gusto con mi nueva apariencia, también contigo, pero ahora no puedo echarme atrás en los objetivos planteados, sin embargo, no perdamos la ocasión de jugar, de saltarnos las reglas».
 
... Con su sonrisa, con sus bromas, casi desnuda. Desde el silencio hace una apertura recapacitando para solventar ese instante inexplicable y repentino que nos acercó. Se centra en contar que desde entonces la vida es divertida… E Insiste en hablar despacio y con voz bastante baja, como si estuviera fatigada de todo o supiera que así se escucha mejor.
Se dispuso a formar con lentitud esos paisajes entre reales e inimaginados con los que pienso elevarme. Todo consistía en un salto lento, preciso, que nos hacía levitar y suspender a una altura considerable desde donde podíamos contemplarlo todo. Mientras más profundo se hacía el sentimiento más quería rendirse, renunciar a su nueva manera desconfiada de pensar, ya no estar en conflicto con la naturaleza de su experiencia.
Me seguía enterneciendo su poder e ingenio, y a la vez me impacta al rememorar la primera vez, las subsiguientes, todos los exabruptos cometidos. Su espíritu empezaba a ligarse con su cuerpo. El deseo de tocarnos se repetía con una continuidad asombrosa cuando puntualizamos en los momentos más excitantes. 
   
Vemos juntos, a las cuatro de la mañana, con la pantalla dividida en dos cuadros, en uno nos observamos para intercambiar comentarios, en el otro cuadro compartimos la película; "The Science of Sleep" protagonizada por García Bernal y la actriz francesa Charlotte Gainsbourg —la risa y la impresión coincidía con cada capítulo —, y una vez terminada, en la mente de ambos había llegado el momento. Un pensamiento me lleva de la atracción al sexo. Ella se mira al espejo, desnuda, aceptándolo. Quiere hacerlo.
Ambos tenemos el deseo de aniquilar el pensamiento de pasado que está en uno y otro con la firme intención de rehacer la historia. Íbamos a apostar porque si cuando nos dimos cuenta de que estábamos todos los días en la misma silla o en la misma cama durante seis buenas horas, seguidas, durante semanas, ininterrumpidas, mirándonos a través del monitor, escuchándonos a través del teléfono, leyéndonos en tantas cartas.
   
Habían pasado los años, había vivido en una u otra ciudad, trabajado aquí y allá, mudado de país en varias ocasiones. Con unas cuantas relaciones encima y una úlcera gástrica. Con los nervios alterados. Con las cuentas por cobrar de todos los excesos en pleno desarrollo. Había perdido amigos, familiares y hablaba mucho menos. ¿Cuántas cosas pasaron desde entonces? Innumerables… tantas pérdidas y recuperaciones del conocimiento. 
Apenas llegar sentí los quebrantos químicos que me produjo en múltiples ocasiones. Nos encontraríamos, nos tomaríamos un café, describiríamos nuestras vidas y cada quién a su casa, la duda empezó a dominarme al considerar que no le importaría lo recientemente dicho, había tenido semanas suficientes para retractarse.
La vi antes de verla, su silueta no podía borrarse de mi imaginación, desdibujarse de mi pensamiento, habitaba como un recuerdo inquebrantable, a pesar de que mi vida fuera en una u otra dirección, a pesar de la edad, del tiempo que se consumió como por arte de magia.
Después de tanto pensar y deambular, estábamos frente a frente…. Apresurada, alegre, eufórica al verme, extraordinariamente segura y tentadora se detiene. 

 «Hoy especialmente te pensé mucho, recordé tantos episodios, y acepté que es cómo en la física, un solo pestañeo o variante, habría cambiado por completo el escenario o evento».
 
Decidimos celebrar, y para celebrar propusimos un brindis... Me embargo de un sentimiento de felicidad, amor y deseo en el que se mezcló una lacerante nostalgia. 
El espacio se cerró alrededor de nosotros y me di cuenta de que tenía que ser así. Acercando mi cabeza al lado de su pecho caliente percibí el acelerado ritmo de sus palpitaciones. Las gotas de sudor descendían por su piel suave. Me roté de juego en juego, no parábamos de buscar un éxtasis mutuo y al límite, detenerlo para acrecentarlo. Hicimos el amor en un viaje que nos trasladó de ida y vuelta a la cima de la otra dimensión. 
Su presencia intensa desató mi ímpetu sexual.
Apenas llegar nos despojábamos de todas la ropa, preparábamos los tragos y nos acurrucábamos entrelazando brazos y piernas. La edad, la experiencia, había dado a nuestro encuentro otro plano.
Perdí toda racionalidad y a ella le gustaba que fuese así. Solía agobiarme en secreto el papel de responsable. Se convirtió en la máxima figura de la liberación total de las limitaciones de mi vida. En su presencia, siempre realzada y sexualmente cargada me sentía transportado a un mundo de absoluto placer. Nuestros placeres más íntimos en vez de disminuirse se habían incrementado.

Cortinas largas, blancas, vaporosas que ondulaban sobre las ventanas detalladas con acentos azules. Capiteles y pilares que recordaban a los antiguos templos. 

El día de su cumpleaños lo celebramos en la suite griega de un hotel a las afueras de la ciudad.

La cama en un punto focal creó un comunicado inmediato entre ambos. Un edredón blanco y hojas. Ropa de cama con un patrón rojo simple; fundas de edredón bordadas. El ambiente convirtió el deseo en obsesión. Yo inspiraba aire en mi pecho, y el aire que aspiraba de la superficie de su cuerpo aceleraba la sangre, y a continuación la sangre subía por las arterias de mi sexo, abriendo válvulas y rellenando tejidos. Ella deseaba que entrara en su cuerpo y yo lo hacía. Me habría tragado su lengua, habría bebido en su sexo, ardiente de fiebre y de locura. Con todas las descargas orgásmicas coordinadas en fuerza y tiempo, sentía sus contracciones sumamente intensas y placenteras aumentar a niveles imposibles. 
    
Los días pasaban y no lo notábamos, la creatividad y la espontaneidad nacía de la química extraordinaria que se producía con tan solo acercarnos y mirarnos –y sin tenerlo en cuenta– creábamos el escenario perfecto.  
Nuestro lenguaje permite que nos ocultemos bajo una inmutabilidad ilusoria mientras el mundo se hundía. La arropé con mis brazos… mis dedos acariciaban su cuerpo, besaba y olía su cuello. Mientras la implacable dinámica del exterior entraba a la habitación programando nuestro sueño me obligue a resignarme. 
Habría querido pasarme el resto de mis días encerrado allí, pero suavemente lo murmuró: "habría que salir".

¿Qué podía albergar el futuro que no realzara aquella penosa ausencia?

Como en una alucinación, imaginaba que la ruptura nunca sucedería, que las preguntas terminan por agotarse y que las respuestas no existen. 
Mientras la veía dormir comprendí que mi mente tarde o temprano tendría la opción de fantasear sobre aquellos hechos concretos que rompieron toda conexión con mi vacío. A sabiendas regresé a la cama después de tomarme un trago y la, acaricie para que se despertara. 


Publicado en la revista madrileña de literatura y arte Margen Cero el 13/06/2021.

Fotografía de Alex Boyd (en Unsplash). Public domain.


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