El árbol de la felicidad


Altos, curvos, extremadamente frondosos y verdes, de grandes y simétricas coronas, con formas de paraguas, mientras más los miraba más le apetecía hacerlo. Antes de cerrar la ventana se cruzó con el reloj: las diez y cuarto de la mañana. Piensa en su destino y se imagina entubado, pálido, rodeado de enfermeras. Una mujer lo tranquiliza: no es grave. En un primer momento la excitación le impide experimentar optimismo. Prefiere levantarse, recordando lo que Inna le enseñó. Fue al armario, sacó unas sogas y las estiró en silencio, y se puso manos a la obra: tomó el extremo e hizo dos curvas formando una especie de «S». Dejando una línea firme, larga, luego tomó el extremo superior y lo puso debajo de todo, de modo que la S apoyara encima de una línea firme y dio siete vueltas. Si funcionó con Inna, con él también funcionaría. El mismo ejercicio, el mismo resultado, perfecto, estaba hecho. 
Con la soga en la mano marchó al bosque y confrontó los aromas de la fauna; salvia, la santónica, manzanilla borde, piperela, el espliego o el hipérico, vio un jabalí y un zorro, saltó un riachuelo para contemplar desde lo alto la cúpula y la campanilla de la catedral sobresaliendo entre las casas. 
Era de tarde (era otoño y había un montón de hojas rojizas), levantó la vista para ver pasar dos pájaros que iban hacia el oeste, sonrió y comenzó a estudiar cada árbol; la altura y fortaleza de sus ramas, la ubicación que los distanciaba de las carreteras o lugares habitados, «y al estar tan cerca esta vez» se enamoró de uno. Inna había preferido la ciudad, en el último instante él prefirió el campo. Ató la soga al árbol después de subirse, introdujo su cabeza y corrió el nudo apretando un poco, la fuerza la ejercería la tracción de su propio peso al quedar suspendido. En primera o tercera persona las variedades estaban condicionadas por la situación del nudo. Dudó en que quizá una corbata, manga de camisa hubiese incidido en el aspecto del surco, pero ya era tarde, todo era una variedad, también pudo haber utilizado de soporte una viga, ventana, reja, pero escogió la rama de un árbol. 
Inna desarrolló una apariencia cianótica o pálida, que terminó convirtiéndose en azul. Para imitarla él necesitaría que el lado correspondiente al nudo resultara menos comprimido, por lo cual, aunque las yugulares resultaran obturadas, pudieran quedar permeables las vertebrales. Para juntarse con Inna y cumplir con su promesa, se alzó de puntillas y salto.

Publicado originalmente en la Revista Margen Cero.


© juan carlos vásquez
Foto de Calcedonio BLU.


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