Infancia, asfixia y alucinación


La sensación de incertidumbre, de rapto hacia otra realidad, persistió durante mucho tiempo. «Voy a morir», pensaba al abrir los ojos de par en par en la madrugada, y veía los reflejos de la luna colarse por la ventana entre la oscuridad. Así me acuesto y así me despierto: de lado, con la cabeza hacia la izquierda, hundido en la asfixia del asma y en sus consecuencias mentales y físicas, con las sábanas a un lado y la sensación de que de repente te agarren de los pies, de que hay una mujer vestida de novia en la puerta observando. Escrutaba esos ojos, los tenía exageradamente húmedos; sus largas pestañas enmarcaban unas pupilas impenetrables. Mi silueta se proyecta en la oscura superficie de su mirada y comienza el inagotable debate del miedo. Casi

todas las noches estaba allí, casi todas las noches del silencio a la impronta inagotable del tiempo. No puedo respirar, sudo copiosamente, en los breves lapsos de sueño crece la pesadilla de un barco, su hundimiento y mi sobresalto, pero mi objetivo final, mi gran apuesta (junto a la cual todas las otras cosas no son más que breves obstáculos), debe triunfar. Es suficiente con hilvanar en etapas la vida larvaria de un pensador: el niño brutal, el adolescente rabioso y extremo.  Obsesionado por el juego de los sueños desarrollo una memoria fotográfica, detallo en todo los vocablos, los comportamientos y las influencias, sin dejar de lado la sorpresa.

    En los cartílagos y en las articulaciones de mi cuerpo corre la euforia. Prescindí de cualquier estrategia, quería trabajar exclusivamente con el azar, el destino y la suerte, multiplicando incluso la intuición. De esa forma salgo y adopto distancias sin pre establecer el proceso. Sin saber cómo pasaba de un lugar a otro. Estaba enfermo por el deseo de convertirme al andar.

    Tantos caminos, tantas invitaciones. Capto mi hundimiento en un abismo providencial, infinidad de fondos, variabilidad de respuestas donde las multitudes tienen una asignación. Todo es claramente posible. Ya no iba a reclamar. Era simplemente algo muy por encima de lo que está permitido entender.



Texto: juan carlos vásquez
Fotografía: Sally Man/Juventud, desnudos y muertos




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