Llegó a la línea que le habían descrito, marcaba el antes y el después de una vida. Apenas cruzarla perdió el habla y la capacidad auditiva. Lo que antes eran voces se convirtieron en gestos. La opacidad cubrió la resplandecencia cotidiana del día. Suspendido en la bruma le restó importancia a toda deliberación. Lentamente giró los ojos en varias direcciones encontrándose con lo mismo; la nada elemental, indescriptible. A pesar de un cambio tan abrupto estaba tranquilo y resignado, idealizando un leve sonido en el deslizamiento de sus pies sobre la fina capa que se eleva a centímetros de la tierra.
Inspiró, cerró los ojos, los abrió. Su nueva existencia estaba cubierta por la tranquilidad de un infinito inusitado. Los antiguos episodios de su vida empezaron a reflejarse en su memoria.
Estremeciéndose se retrotrae al primer episodio: flotar en el líquido amniótico mientras percibía la luz del exterior a través de la piel que lo rodea.
Se hizo a sí mismo al desaparecer de todo lo que hacía de su existencia un valor hasta que un abrupto sobresalto lo trajo de vuelta.
Y quitan los pedazos de asfalto que lo cubren. Comprueban la respiración. Su corazón late. Con cuidado lo alzan hasta la camilla y le ponen oxígeno. «Doble AA» mira con sorpresa mientras intenta decir algo que no dice. Entiende que está de vuelta y debe comenzar de nuevo, pero no sabe cómo.
Fragmento. Segunda parte del relato ¿Cambiar? ¿Suicidarse? ¿Matarlos a todos…?
© Juan Carlos Vásquez
Fotografía de Jr Korpa (en Unsplash). Public domain.
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