Entrevista a Pablo López (Iconoclasta), por Juan Carlos Vásquez


-Ripoll, Barcelona...
«Un poco de hostilidad no puede hacer daño en un mundo melifluo e incruento hasta el hastío».
P
ablo López, el Iconoclasta, devela una moralidad esclava que solo beneficia a sus valedores. La religión, la sexualidad, los nacionalismos exacerbados se ridiculizan. Al desestructurar sus mecanismos aboca a cuestionar la concepción de lo preestablecido desafiando las reglas. Ningún orgullo, ninguna soberbia. La posesión de conocimiento no exonera para estar a salvo de su voluntad por derrumbar pedazo a pedazo lo que el hombre construye.
Ya que se sabe parte vinculante de su propia crítica siente y padece la seducción del vicio que tanto señala. Su día a día representa una verdadera ruptura hasta el extremo de ironizar con acontecimientos personales sensibles a su vida privada.
El demérito, la declinación, la muerte del círculo predomina haciendo del sexo explícito un arma escandalosa que busca desnudar las miserias que todos sin excepción esconden.
«Escribir y leer no es una terapia de grupo. Es un acto íntimo y absolutamente individual y no puedes pensar a quién le puede gustar, es más gratificante pensar en los que pueden sentirse ofendidos».
—Para muchos exhibirse cuando escriben resulta en cierto modo indecente, para el iconoclasta no. Oscilas entre el éxtasis y el horror sin el más mínimo decoro. Después de haber entrado en las fauces del hombre y sus bajezas. ¿Has encontrado algo medianamente rescatable?
—Sus bajezas, que son las únicas verdades y lo que explica la verdadera esencia del ser humano. De hecho es lo que caracteriza a la especie humana. A través de sus bajezas y las mías, podemos desentrañar motivos y causas con total fiabilidad y predecir los próximos cincuenta años sin ningún error por la previsibilidad de las reses. La estulticia es como un residuo nuclear, dura eras geológicas.
—¿De dónde surge el Iconoclasta? ¿Es una idea o una necesidad?
—Es una necesidad y un placer perverso. Una necesidad de decir lo que a nadie le gusta con las palabras adecuadas y desnudas como un filo metálico y cortante; me considero el traductor simultáneo de la hipocresía. Tengo un cerebro eficaz que funciona sin interferencias externas y culturales. Debía sacar provecho de él. Y el placer perverso de una venganza, aunque sea absolutamente intrascendente, es suficiente gozo en esta mediocre sociedad de la superficialidad justificada con sofismas fácilmente asimilables para las mentes de entre los cinco y seis años.


Tractatus pettiness, Semen Cristus, Sexo en el sistema solar, El árbol humano, 666, El amor que todo lo confunde son algunos de tus textos. ¿Con cuál de éstas obras te identificas más, y porqué?
—Con Sexo en el Sistema Solar, porque es la caricatura del macho y la hembra humana, es un divertido aumento óptico y una exageración que a veces se queda corta. Me identifico con 666 porque es un personaje que me lleva a lo más malvado, a las ejecuciones más despiadadas, a los juicios más sarcásticos. Es la cara oculta que la religión quiere esconder, 666 son los designios inescrutables del señor. Los teólogos quieren a Dios y justifican el mal como una oscura maniobra divina; pero si el bien es un ente al que se puede orar, el mal también. Si al mal se le suma ambición desmedida se accede al mundo de la política; aunque ningún político podría tener el carisma de un personaje como 666.
—Fuiste partícipe de la evolución de los medios en Internet. En la actualidad, ¿qué destacarías?
—Es verdad… Recuerdo aquella cuasi prehistoria. La formación de grupos como los de MSN (censurando palabras malsonantes), que luego llevarían a la creación de las redes sociales. Te recuerdo a ti como uno de los primeros colegas con los que en serio pude intercambiar ideas y expresarme con comodidad dentro de la literatura, de una literatura trabajada y sin sensiblerías. Con todas las frustraciones que conlleva. En la actualidad destaca lo mucho que se ha denigrado el lenguaje escrito, que Internet ha servido para popularizar el analfabetismo, premiarlo y enaltecerlo hipócritamente a una especie de romántica anarquía. Es algo que me irrita el cerebro, como la cacareada autoayuda que cada cual publica en sus muros, como conjuros y amarres en las «tienditas» de los mercados mexicanos.
Supongo que para los depresivos es una delicia, independientemente de su grado de analfabetismo y carencia de inquietud intelectual alguna. Internet es el reflejo del adocenamiento de la vida cotidiana.


—No impones ningún límite a la expresión del sentimiento de la verdad. ¿Con tal concepción de las cosas no terminas agrediéndote involuntariamente?
—Por supuesto que sí. Me agredo continuamente y sufro en esta gigantesca cárcel donde la ética se ha confundido con la cambiante y arribista moralidad. Lo primero que has de hacer antes de escribir, es saber denigrarte tú mismo. Es necesario para después denigrar todo sin escrúpulos, aunque no sea necesario ni justo. Escribir y leer no es una terapia de grupo. Es un acto íntimo y absolutamente individual y no puedes pensar a quién le puede gustar, es más gratificante pensar en los que pueden sentirse ofendidos.
«La vida ya no es una lucha. La han convertido en un concurso hipócritamente aburrido de poses y mentiras».
—La naturaleza, los animales libres forman parte de una contemplación constante cuando te apartas de esa entrega desmesurada ante la bajeza humana y sus consecuencias. ¿Qué miras en ese mundo que no tiene necesidad de explicarse?
—Esa simpleza de vivir. Y desmitifico ese engaño facilón y empalagoso de que la naturaleza es sabia, una especie de ente perfecto. Los animales mueren por errores propios y azares. No hay perfección alguna en la naturaleza. Y ese «desamparo» los hace héroes sin que ejecuten ninguna gran acción más que vivir o morir. La naturaleza es la prueba misma de que el hombre es otro error, un fallo en el planeta. Es ahora cuando veo la grandeza de lo salvaje y de los pequeños seres. Requiere soledad, requiere silencio y escuchar y mirar durante horas sin que tengas sensación de perder el tiempo. Porque ves a los grandes herbívoros en los prados y no llevan relojes y acarician a sus hijos y se comunican y deciden pasear y atravesar un campo bajo un puente. No encuentro demasiadas diferencias con el comportamiento humano, salvo por el pellejo hipócrita que lucen mujeres y hombres junto con el móvil en el culo.
—Es intrínseco a la existencia esa capacidad de negarse. Esa constante carrera por distraerse y accionar comportamientos contrarios a la voluntad en la época de la modernidad y la tecnología. ¿Qué ascensos merecen la pena?
—Elevar la capacidad de entendimiento humano, y el humor. Elevar la ética y quemar moralidades. Subir a la Luna no tuvo al final, ninguna ventaja práctica o humanística.
—¿Catalunya?
—Nací en Catalunya, toda mi vida he sido esclavo en esa región del planeta, en Barcelona concretamente. La conozco tan bien que sé que al final no tiene nada especial. Los mismos tópicos se repiten en todas partes. Una clase social muy rica ha querido ser más rica y, sin ser necesario, los más humildes han sido sugestionados con una libertad en un lugar que es de los más represivos de Europa. Más controlador y supremacista, el que cobra más dinero al pobre por vivir… No es para tanto Catalunya.


—¿Cuánto ha cambiado tu punto de vista?
—Odio todo asomo de patriotismo, es la bajeza más grande del ser humano. Tú eres un gran viajero, lo sabes mejor que yo. Hubo un sueño que era un mundo libre, sin fronteras. Hasta los sueños saben hacer mierda. Mi punto de vista no ha cambiado, ojalá hubiera ocurrido semejante cosa.
—¿Tienes objetos de admiración, de amistad?
—Grandes humanos como tú y tres o cuatro más. Hay escritores que me han fascinado y gente del mundo del arte y la filosofía que me ha ayudado a definir y concretar mis emociones. Sí, doy gracias a unos pocos «anónimos» por haberme enseñado cosas verdaderamente fascinantes. Ser un poeta crítico e intensamente enojado con el mundo como tú, es una forma más difícil de escribir que la mía. Eso es admiración.
—¿México?
—Pinche México… Cuando llegué, tuve la impresión de regresar a mi infancia, en tiempos de Franco (hasta que cumplí los catorce años no murió el dictador). La escuela mexicana tiene el sabor rancio de un adoctrinamiento falangista. Tal vez por ello, el mexicano es de un desaforado patriotismo. Es la cualidad principal de las sociedades fascistas. Pero eso no es problema, en cuatro años hice allí más amigos que los casi cincuenta que he vivido en Barcelona. México me apasionó, por las emociones encontradas y porque, entre tanta sordidez, encuentras seres humanos para disecarlos y que se mantengan inmutables durante toda la eternidad, así de grandes y queridos. ¡Ja!
México, es una parte muy importante y bonita de mi vida.
—Religión y estado proponen un código de conducta entre los hombres que no cumplen. ¿Qué posición tomas en el debate sobre las guerras entre fundamentalismos ideólogo-religiosos?
—Hay religiones que denigran al ser humano, que usan la violencia y la humillación más allá de preceptos escritos. Esas religiones no deberían existir; y sin embargo representan a millones de humanos. Creo que ha de haber un acto cruento porque con palabras, con debates, ya es tarde para concertar pactos. Demasiada historia y pocos avances. Churchill dijo: «Tuvieron que elegir entre la guerra y el deshonor, eligieron el deshonor y por tanto la guerra». La religión, al menos las mayoritarias son violencia encapsulada en crucifijos y medias lunas. «Lo que puede romperse, debe romperse» (dice el vampiro jefe de la película Treinta días de oscuridad). Las religiones también avisan: Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Han de ser consecuentes con lo que hacen y van a provocar. Mi posición es de desprecio hacia cualquier superstición que coarta mi libertad con un dios fabricado a la medida del poder.
«Es fácil y poco meritorio ser intelectual y transgresor cuando eres afortunado. Bohemios y sabios de club… No sabéis nada, ingenuos».


—¿Qué parte de la historia te aburre más?
—La que habla de la aristocracia, de reyes, condes, marqueses… La clásica que es una masa reseca de mitologías y medias verdades difíciles de desentrañar.
—La esvástica, la hoz y el martillo, la cruz latina, la cruz de ocho brazos. . . ¿Crees que Sapiens volverá a sorprendernos, está vez, con otra simbología que este alejada del óxido creciente e histórico de la sangre?
—No olvidemos el lóbrego himno catalán Els Segadors, que no está nada mal para una sociedad que dice ser pacifista hasta la diabetes. Lo que más temo es el pajarito de Twitter, el puño de Facebook, el ojo redondo y colorido de Google… Ya forman parte del fetichismo y sectarismo contemporáneo. En ellos hay una gran amenaza de eternizar la idiotez y llevarla a lugares del universo al que otras simbologías o sectas no consiguieron llegar.
—Cómo se te ocurren las historias que en la mayor parte describen terror, locura, pánico, odio. ¿Qué diagnóstico harías al comparar la realidad con la ficción?
—Imagino a personajes acabados, agotados, acorralados contra la vulgaridad y la falta de imaginación y humor (yo mismo).
Lo que escribimos en la ficción es algo absolutamente fascinante, porque damos razones éticas para las crueldades y elevamos a nivel intelectual los actos más abyectos. En la realidad, todas las muertes, torturas y abusos, son llevadas a cabo por grandes mediocres y de forma más mediocre aún. Es intensamente aburrida la realidad. Lo sorprendente es la cantidad de gente que ensalza a esos mediocres. Supongo que aquello de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, es una constante universal, algo indiscutible.
—Tras tantas imposturas y tanto fraude en el poder. Tras tantos esfuerzos que se reducen a minar la sensibilidad la fábula del diablo y la ley de las rejas se erigen para amedrentar al rebelde. La fórmula del infierno persuade al ciudadano común a no actuar en consecuencia con sus arrebatos, validos éstos cuando el «edo» oprime. ¿Cómo romper con toda esta ilación de percances?
—Se podría romper con una buena educación desde la base, con valentía, sin miedo a pronunciar palabras. Haciendo de la muerte lo que es: un fin y no el inicio de otra vida; ya que es la excusa ésta, para perpetuar el castigo y la represión durante toda la vida del individuo. El sexo se ejecuta, se lleva a cabo diariamente a cada segundo. La gran falacia es que pronunciar el sexo es más delictivo que hacerlo. ¿Cómo luchar contra esto? No ocurrirá, por mucha imaginación que use, no puedo ver al humano libre de prejuicios y miedos. Estamos hablando de otra raza de seres de otro planeta cuando pretendemos romper semejante ilación.
—¿Qué tienes en mente para el futuro?
—Morir y, mientras tanto, seguir disfrutando de la soledad y la libertad de escribir para nadie, sin pretensiones de ser un gurú o un ilustre prócer. Sin ningún fin más que disfrutar y verme a mí mismo de tantas formas que la vida no me da tiempo para ser.
—¿Salirse de la tradición trae consecuencias?
—Sí. Te impide ascender laboral y socialmente. Hay que mantener en secreto tanto tiempo como se pueda, el odio y desprecio hacia las tradiciones culpables de que la hipocresía permanezca inalterable a lo largo de la historia. El engaño es una herramienta de supervivencia, de las más valiosas.


—¿Ante tanta repetitividad de la historia y aburrimiento, qué hacer?
—Escribir, soñar, inventar mundos interiores (mejores o peores aunque jodan; pero que sean intensos) donde poder moverse. La psicodelia llevada al extremo es la única forma de mantenerse vivo en los anales idénticos de la historia. Los hippies lo intentaron; pero la droga no dura siempre. Hay que tener cierta capacidad de autodestrucción nata.
«Cuando los políticos con su gran y desmesurada incultura pronuncian una palabra, suelen ponerse de moda entre la chusma y se usa en todo momento sea cual sea su significado».


Pablo López (Iconoclasta). Ripoll, Barcelona, 1962.
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