Raval Road (segunda parte)

Una escalera helicoidal me lleva hasta uno de los pisos superiores del hotel Villanueva en Plaza Real. He tenido fortuna, mi temor eterno de no encontrar ventana ha pasado al entrar a la habitación y ver un balcón con una vista maravillosa. Abro el bolso, sacó el whisky. Dos, tres tragos y a dormir, a la mañana siguiente finalmente será hacer el trámite consular que tanto tiempo estaba esperando y volveré a sentirme libre.

El edificio es una maravilla. Data del siglo pasado. Dejo las cortinas abiertas, veo a la gente, medito, regreso a la conciencia de tener el tiempo contado y me apresuró a finalizar con lo propuesto para iniciarme en la aventura.

Despierto temprano, salgo temprano. Camino en línea recta a través de la Rambla hasta la plaza Urquinaona. Un pequeño grupo de personas hablan justo al frente del edificio, uno de ellos me señala una lista, me anoto y espero. Mientras cumplo con los pasos conversó con un par de personas, un chico alto, moreno, una chica pequeñita de hermosos ojos azules. Dos, tres, cuatro horas. La ineficacia de la burocracia no fue tal. Esta vez me lleve una sorpresa. Pago, pongo las huellas dactilares, me toman la foto, firmó y está hecho. Me despido con alegría y tristeza al recordar un pedazo de mi país en aquellas personas que formaron parte en algún momento de mi idiosincrasia. Camino lentamente hasta el Raval. Han pasado casi tres años desde que no les hago una visita a aquellos con los que disfrute hasta la locura. Lo primero que noto en la plaza son las sillas vacías. Sillas que por lo general siempre están ocupadas. El silencio y la soledad me causan una profunda impresión…

Busco en mis contactos, hurgó hasta el cansancio en la posibilidad de hablar con alguien, realizó algunas llamadas hasta que finalmente alguien me respondió. Es Mai, me escucha, me pregunta dónde estoy y de inmediato asiste. Su cara ya no es de alegría, es de tristeza. ¿Dónde están todos? Es una pregunta recurrente y ella lo percibe, pero hace un silencio y da tiempo para que exprese la incógnita que presupone.

—¿Y Tony? 
—Tony a muerto 
—¿Ha muerto?
—Ha muerto— y señala una de las sillas que está en medio de la plaza — allí cayó, un paro, un infarto, no sé —, asevera… 

Me uno al silencio, intento pasar página y me acuerdo de Kiko... pero antes de que pregunte, Mai se adelanta:

… Kiko en estado vegetativo… no salió de un coma persistente, no reaccionó más, sólo esperan lo peor.

El silencio regresa, ya Mai no quiere una cerveza, prefiere un café. Vamos a comprarlo y regresamos a la plaza. Un portugués que recuerdo del pasado se acerca y me saluda, otro al que no reconozco me estrecha la mano como si lo conociera de toda la vida, platicamos, y después de un par de horas cada uno toma su camino. 

Me pregunto por la chica húngara del sombrero, por Paul Anjo y Mohammed. Me pregunto por el chico de Toulouse que trabajaba con las mazas en el cruce del semáforo de la Avinguda del Paral·lel. Entre muertos por exceso, por covid. Entre irse a otra ciudad o a otro país para salvarse de la angustia de caer en la cárcel por ceder a la presión de la violencia terminaron aquellos encuentros de alegría y fiesta donde el vino, las guitarras y las flautas surgían sin cesar entre la euforia más absoluta. La sensación de muerte y tristeza copa el escenario, un frío atroz cala en los huesos. Desconcertado me repongo a la fuerza.

Regreso al hotel… intentó dispersar, entender que el tiempo pasa y es implacable. Descanso mientras escucho música. Tendré algunos días, pensaré como siempre pienso en quedarme en Barcelona, en observar… en creer e intuir contemplando.

Finalmente bajó, y busco mi sitio referencial para caminar hasta el Arco del Triunfo: el KFC que está en la esquina de la Rambla. Caminó sin parar, veo las acostumbradas protestas independentistas frente a la Generalitat… sigo, sigo a un ritmo acelerado… me cruzó con otro grupo de amigos que toman y fuman en las escaleras de una catedral. Prometemos vernos más tarde. Roí y Jesús están frente al Condis supermarket. Muy cerca de la Barcelona-Estació de França. Ya habíamos organizado el encuentro. Jesús según Roí está dentro de uno de los trenes estacionados en el andén leyendo un libro. Nos saludamos, hacemos algunos comentarios como si nos viéramos todos los días. Su vida no ha cambiado tanto, aunque ha enfermado varias veces y pasó por los terribles avatares de la pandemia, continúa… Entre el Condis, el Arco del triunfo y el Museo Picasso transcurre su vida. Sigue haciendo música. Alterna sus presentaciones con la de otros músicos que también actúan en el lugar.
Entre un lapso del característico silencio de Roí la Plaza de Sant Oleguer vuelve a mi pensamiento como un arma punzante de extraños recuerdos.

Silla número siete: vacía, lúgubre, con la historia de un vendedor de heroína que ha muerto.

Silla número tres: la quietud y la suerte de quién se fue y aprovechó la última oportunidad que le dio la vida. 

Silla número cinco: parece que duerme, espera que el tiempo pase sin conflicto, pero duerme para siempre, aunque su corazón emita latidos su mente ha llegado al fin.

Silla número ocho: después de una caída imprevista una reflexión, un viaje a Zamora. El chico que llegó de turista revisa su historia por unas semanas y regresa a Barcelona, está vez, lejos del Raval. Otra zona, otros peligros.

Silla número seis: la mitad de los ancianos han muerto. El resto prefiere alejarse de los malos augurios.

Silla número dos: sólo ante su recuerdo la piensa, ya ella no será la que fue, ya ella no vivirá cómo vivió. ¿Dónde está? ¿A dónde se habrá ido? La imagina con alguien. La imagina de regreso al este de Europa. Sin embargo voltea hacía las esquinas con la remota esperanza de encontrarla.

En la Olm Carrer 6 Josip Vukčević sigue alquilando habitaciones. El anciano y el tarado han sobrevivido y continúan discutiendo por estupideces. Los gritos que son reglas permanentemente ejerciendo sus injusticias con la desagradable entonación sobre otros grupos.

Roí hace un gesto repentino que me saca de mis cavilaciones. Junto a Jesús que sale de la nada nos movemos al Arco del Triunfo. La flauta opaca la sensación de muerte y desgracia que se cierne sobre la ciudad. Al otro lado algunas parejas bailan tap, sonríen… Mis pensamientos silencian el ruido que perturba aquel instrumento, ya no hay mucho que decir, entre marchas y muertes nos queda la música y la exaltación de un día soleado en invierno como un regalo maravilloso. Reina el impulso, el instante, los nuevos seres que llegan con sus nuevas historias y se acercan sin explicación y sin saber, que de quedarse, sus días también estarán contados.




Juan Carlos Vásquez nació en 1972 en Valencia, Venezuela. Entre sus publicaciones colectivas destacan la antologías de cuentos Hemiparesias (Santiago de Chile, Visceralia Ediciones, 2006); Paseo en Versos (Pasos en la Azotea, Df México 2006); Poesías y aparte (el Libro y su Autor, Creaciones Literarias, selección de Betty Goldman y Enrique Epelbon; Estados Unidos 2007). Formó parte del grupo cultural Spanic Attack (El Bronx, Nueva York 2002). Es autor del libro de relatos Pedazos de familia (Ediciones Estival, 2000).
Obtuvo distinciones en los Concursos de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside (Calabria, Italia), Edizione 2005 y 2006. Finalista del concurso de microrrelato «GUKA» Buenos Aires, 2018.
Ha entrevistado a grandes personajes de la literatura actual y artes escénicas tales como: Antonieta Madrid, Luis Benítez, Susana Medina, Alberto Jiménez Ure, Pablo López, Eliezer Ortiz: y a la sobrina del escritor Jaime Sáenz, Gisela Morales, responsable del archivo y difusión de la obra del autor.
Vásquez se trasladó a la Florida en 1999. Desde entonces ha vivido en San Francisco, New York y otras ciudades de Estados Unidos y España. En la actualidad reside en Barcelona.


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