Al calor del verano

Entre la sofocación más absoluta, la distancia y la sed, tenía las piernas rectas, como si quisiera sentirme anclado; y entre los dientes un cigarro — alrededor los gustos de la multitud y del humo, los buscadores de personalidad, los vacíos habladores.

Seguía subiendo la temperatura y la humedad era una constante, reduciéndose ahí, a la labor de quemar. Las planchas no paraban de calentar, de freír. Añadir calor al calor en sitios cerrados con la potencia desproporcionada de una fuente. Y abrir las válvulas de cerveza, los grifos. Y abrir la boca a expensas de un parásito caprichoso al que le gusta ser así cómo es, invisible y matón. 

De día y de noche, pensaba en caminar, en preguntarme si llovería, apartaba la barbilla del pecho para contemplar la luz enceguecedora que provenía del sol e inmediatamente tenía que cambiar la dirección de mis ojos. Después a ver escorado el paisaje que había quedado atrás: solo entre tantos que no existían más que como la ejemplificación de la especie.

Exhaustos, con las bocas secas, transpirando porque son humanos y vive entre los humanos, en los raros momentos en los que se adquiere protagonismo por placer dicen que uno tiene que sentirse perpetuamente agradecido y consolado, porque uno vive entre el raciocinio de los que aciertan en la construcción de las reglas.

Un instante, un episodio, un hombre calcinado que observa y siente los paralelismos del fuego.



© Juan Carlos Vásquez

Fotografía de Ainsley Myles (en Unsplash). Public domain.

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