Trampas y olvidos


   

Cayó en el piso luego de un sobresalto, ella escuchó el golpe de sus rodillas y frente chocando contra el piso. Derramó el agua que llevaba en el vaso. Ella se molestó, le recriminó que siempre ensucia, necesitaba orden, un cambio en sus hábitos. Él se arrastró hasta el sofá explicándole que no era falta de voluntad lo que ocasionaba el desorden, era una entidad mórbida que escapaba de su control. Su cerebro, las sustancias químicas, los neurotransmisores entre las células y las neuronas. Había experimentado un cambio de estructura y funciones al terminar la fiesta. Ya no podía mantenerse en pie, no era la ebriedad. El tiempo de recuperación era suficiente, esta vez era la falta de este. El ciclo ya había comenzado, la ruda y complicada abstinencia. 

Experimentaba mareos, sensaciones de desplazamiento, la noche anterior unos extraños lo habían dejado tirado frente a la casa, estaba golpeado y con una rodilla rota. Ya ella no resistía, evaluaba cómo después de leer tantos libros no recordaba ninguno, solo breves pasajes. Tantos años de investigación ya no significaban nada. Angustia, palpitaciones, se le cierran los parpados, se siente culpable y frustrado, le recriminan a toda hora. Se asoma por el balcón con el trago en la mano, ve gente ir y venir. Ahora lo único que desea es no perder la calma. Se ha vuelto violento, mueve la cabeza como un periscopio, irradia estupefacción. La única forma de sentirse aliviado es escuchar los hielos chocando contra el vaso. Ya no tiene un nudo en la garganta, sonríe con una emoción que no corresponde con la realidad cuando por un instante siente que logrará todo lo propuesto, pero a estas alturas sabe que solo se trata de un subidón.

No podía salir de la vorágine, así empezaron instantes definitivos al luchar contra las sudoraciones. Decidió sufrir las consecuencias encerrándose en la habitación. Dormir y escribir de forma repetida, fumar y beber café. Al desinhibirse, su léxico era desagradable y obsceno. Alguna vez trató de comportarse. Así conoció a lo que a las mismas horas pasaban a su lado para hacer deporte y los imitó. Con la tranquilidad llegó el aburrimiento, fue inevitable que su paz fuese rota con tan solo pasar unos días. Arremetió contra los vecinos, incitó un conflicto con una fiesta, los sonidos desproporcionados alertaron a la policía que hizo una advertencia. Aquella inercia fatal que había producido era la excusa perfecta, extrañaba la incertidumbre. Le llegó como un impulso en un sueño la última noche. Un ritmo interior despertó su emoción, empezó a exteriorizar energía. Intensifica su deseo por lo probable, sentía la libertad que se le había negado los últimos años de recuperación. Hizo un esfuerzo por conservar la mirada apacible y refrenar su impaciencia. Su euforia se desataba, se desbordaba en adrenalina. Aquel efecto corporal y psíquico lo abordaba de nuevo. Sus seres más allegados empezaron a preocuparse por su suerte al no saber qué haría. 

Llegó la noche, subió cuatro pisos por unas escaleras circulares que ascendían por las puertas traseras de bares y pubs. Le abrió la puerta una señora, rubia, de grandes ojos azules. Solo había una habitación, doble. El lugar era modesto pero muy limpio, amplio. Cuando entró vio un sencillo somier sin cabecera, una mesa con una silla plegable y un armarito. Le pagó, fue a ducharse, se cambió y salió a toda prisa. Hacían años que no experimentaba esa sensación de libertad. Miró con exhaustivo cuidado las calles, la arquitectura, el comportamiento de todos los que paseaban, algunos como turistas otros como simple escoria en las trampas de la ciudad. Se vio absorbido por una espiral. Entró en uno y otro sitio, sin descanso, hacía comentarios con vehemencia, los desconocidos guardaban distancia. Llevaba muchas horas sin dormir, guiado por una combinación de azares, una inercia que no le hacía medir el tiempo. Escogía las marcas que no conocía, comparaba los gustos, efectos, probaba extasiándose, imaginando algo imposible. Le entristeció la idea de su amnesia, pero se resistía a atribuírsela al trago. Sin embargo, entendió que después de algunas copas todo se borra, no era justo, no quería haberse perdido un solo instante. En las primeras imágenes estaba una chica, fuera de la barra, sentada a su lado después de concluir su trabajo. Al fondo un reloj marcaba las cuatro de la mañana. Poco a poco fue retomando lo sucedido, un brindis, un chocar de copas. Poco a poco aparecían los recuerdos de la noche. Había perdido el teléfono, dinero, o se lo habían robado, pero aún tenía algo. Entendió finalmente que el deseo y la perversión coagulaban en su sangre.

Aquellas voces que eran recriminaciones volvieron a internarse en su mente. Se lo habían dicho, su sensibilidad era un exabrupto, la realidad no era lo que interpretaba. Ya sus piernas no tenían la fortaleza necesaria para dar un paso más, se sentó en el boulevard, algo se había desgarrado en sus órganos produciéndole un extraño sabor a óxido en su boca que quiso camuflar con un sorbo. Como pudo intentó llegar a su casa, pero estaba cerrada, y su llave ya no coincidía con la abertura de la cerradura, luego recordó que tenía una habitación que se había vencido. Se sonrió mirando el concreto de la acera mientras que un leve nudo de la garganta empezaba a apretar dejándolo sin aire.

Bebe para que se abra y respira, pero sangra, deja de beber para que pare la hemorragia pero el nudo reaparece y se afianza. Se queda inmutable para que el corazón explote, pero no explota, la gente lo ve sonriéndose, nadie está dispuesto a prestarle ayuda, aunque se arrastre como un gusano. Demasiadas recomendaciones, demasiado tiempo en lo mismo.


© Juan Carlos Vásquez




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