Del día a día

Como todos los días a la misma hora salí, tomé el tren, me bajé en la estación y caminé unos cuantos metros hasta el almacén para controlar los libros de entrada y salida mirando la lista de proveedores, los datos fiscales, cuidando cada detalle hasta ese ansiado instante que marcaba la salida. Llegada la hora entrábamos automáticamente en comedores que siempre daban a otros comedores hasta encontrar al grupo de trabajo. En la mesa habían empleados de todo tipo: los callados, los soberbios, los indiscretos que presumían de saberlo todo. Me ofrecieron calamares, pulpo, sepias… me invitaron a la coronación de la virgen, pero la evadí tratando de poner excusas; sin embargo, insistieron una y otra vez. 

No sé a cuántas coronaciones había asistido, desde el Atlántico hasta el Mediterráneo, de Este a Oeste. La Virgen de los desamparados es la patrona de la Comunitat Valenciana, cien veces me repitieron que la hermandad tuvo como objetivo atender enfermos, recoger niños locos y extraviados. Yo prefería la celebración de San Genarín, su historia contrarrestaba la solemnidad de las hermandades que llorando cargaban vírgenes. «Genarín fue un pellejero, borracho, aficionado a las mujeres, atropellado por un camión de la basura mientras realizaba sus necesidades en la base del tercer cubo de la muralla de León durante la madrugada del Viernes Santo. Años más tarde, en 1930, el mismo día de su muerte, cuatro hombres se agruparon en una plaza y bebiendo orujo recitaron poesía y conmemoraron la vida del personaje dándole forma a la idea de que era un santo. La procesión ha ido multiplicando el número de visitantes, se hace una cena regada con alcohol y en procesión se marcha por el casco antiguo pasando de taberna en taberna para pedir vino.

El destino es el tercer cubo de la muralla donde murió al ser atropellado y donde se ofrecen unos presentes al santo, queso y pan, aguardiente de orujo, naranjas, y una corona de laurel.

A San Genarín se le atribuyen varios milagros, entre ellos, la redención de la prostituta que lo encontró muerto. Según la tradición, dejó su oficio y se volvió a su Lugo natal en Galicia».

¿Cómo explicarles mi predilección pagana anteponiéndola a la religiosa? Los diálogos estaban basados en un amplio espectro gastronómico. En la geográfica profunda y diversa la actitud era la misma, tradiciones y costumbres con un lineamiento casi exacto. Todo lo que me relataba el grupo transcurría entre comedores, cocinas o restaurantes. 

Narré anteponiéndome en un ejercicio mental que se profundizó para justificar mi hastío. Yo en el Arde Lucus, la fiesta medieval que se celebra en Lugo y que revive el pasado de la ciudad amurallada en el enfrentamiento de celtas contra romanos; yo en la Cabalgata de los Reyes Magos en Pobla do Caramiñal, Ferrol y el río Turia; en la vendimia de Cambados; de Cambados al Corpus Christi. En las noches de San Juan, en las playas de Riazor, en la Malvarrosa y la costa alicantina; en el Magosto; en la Diada y el Caparrós. Asistiendo a moros y cristianos en Alcoy, Bocairent y Villena; en la feria de abril en Sevilla. Sobre la mesa el detalle formaba parte de lo trascendental, referí, escuché, vi y de tanto en tanto preferí deambular tratando de abrir un espacio nuevo, y de inmediato saltó a mi vista la orden monárquica con su sarta de ducados y marquesados. Saltaron los súbditos voluntarios haciendo formas reverenciales a la corona, los fanáticos de la pulcritud masticando carnes que destilaban grasas intestinales mientras formaban fila para el besamanos; las gitanas videntes, los tragafuegos, un malabarista rodeado de indigentes ambulantes ofreciendo porquerías industriales; saltaron los turistas ingleses con caras insustanciales disparando sus cámaras sobre el monumento de un toro, engullendo cortes, devorando tapas, bebiendo enormes jarras de cerveza, tratando de imitar un baile mientras que tropezándose caían.

Afirmé que la vida es un escenario controvertido. Mi atención pasó a la rigidez de tantos sitios, a pesar de lo minuciosa de cada historia, enaltecerla y repetirla de forma simbólica me mantenía hipnotizado. Opinar daba igual, a mis compañeros de trabajo les gustaba hablar cuando comían, escuchan poco. Los cerebros se vaciaban de tanto ego en la mesa. Una parte de mi cuerpo empezó a fantasear con alguna persona en otro sitio. Mi conciencia era un puente. La amplitud de la atmósfera la completaban; comunistas, neonazis pro fascistas que despertaban heridas históricas de exterminio, simbologías ondeadas en banderitas, cruces, esvásticas, grafologías marcadas como la ganadería, un límite al cruce desencadenando en sedes religiosas, intenciones en curas con manos temblorosas que acariciaban la cabeza de un niño… todo entre dioses, figurillas, hermandades, llantos y procesiones.

¿Quién le dio tanta solemnidad a tanta estupidez? El grupo desde sus cómodas sillas se sonríe sin aspavientos. Todo hizo una suma, rara, imprecisa. La historia se había concentrado en las fechas, en los noctámbulos, en las ideas en desuso. Como una máquina obsoleta la mente se evaporaba en un circo y así, saltó la cuerda, me elevó impreciso. No tuve más remedio que sucumbir, siempre participo en lo que retrato. Inmerso en la trampa puse buena cara donde todos nos convertíamos en nada.


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